Un grupo de jóvenes afortunados emprendieron el jueves siete de abril un viaje hasta Nyíregyháza, más conocida por sus amigos y familiares como ‘’La ciudad impronunciable’’.

El motivo de aquella aventura no era otro que un curso financiado por la Unión Europea sobre desempleo juvenil y migración económica. Además de nuestros viajeros, también acudieron jóvenes de Hungría, Serbia e italia.

Ya que tenían un «Ticket2Europe» decidieron que antes de llegar a la exótica ciudad, pasarían unos días en la capital. ¡Atención! Es aquí donde empieza la magia…

Estaban cuatro jovencitas paseando por una plaza de nombre demasiado difícil como para recordarlo, cuando encontraron al resto del grupo. No habían quedado, ni habían visto sus caras antes, aunque alguna que otra foto en Facebook seguro que sí. Las chicas reconocieron de inmediato al resto del grupo por el bullicio que estaban produciendo, y tal vez porque una palabra en español entre tanto húngaro se identifica rápido.

Podríamos haber sido más románticos, pero así fue como se conocieron nuestros protagonistas. Pocas horas después, vivieron una de las primeras aventuras. Al intentar pagar con un billete de cincuenta euros, la cajera quiso devolverles el cambio como si hubiesen pagado con cinco euros. «Oh, vaya, estos van a ser los macarrones más caros de mi vida» pensó una de ellas al mismo tiempo que buscaba por el restaurante a alguien que hablase inglés y húngaro. Por suerte, apareció una joven que hizo de traductora.

Primera «dificultad» superada. Mentiríamos si dijesemos que la estancia en Budapest fue de color de rosa. A pesar de que nuestros trotamundos eran muy legales y compraron el ticket de metro, uno de ellos olvidó validarlo, de modo que fue sorprendido con una multa. Los timaron incontables veces con el cambio de euros a florines, pero consiguieron llegar a la ciudad con alguna que otra moneda en el bolsillo.

Nyíregyháza

El camino hasta la ciudad impronunciable no fue fácil. Habían quedado a una hora y en un lugar con un tal Peity Szaha (los más previsores del grupo habían espiado a este señor en Facebook para reconocerle en cuanto llegase).
El tiempo pasaba y pasaba y el tal Peity no llegaba (poco después descubrieron que no se llama Peity, sino Szaha; los húngaros ponen primero el apellido y después el nombre). Apareció un hombre que parecía ser el elegido para llevarlos a Nyíregyháza, pero ni respondía al nombre de Peity, ni tenía su cara.
Por aquel entonces, nuestros viajeros ya habían creado fuertes lazos, ¿pero de qué vamos a extrañarnos si los pobres habían vivido mil y una peripecias juntos?

Dejemos todos los infortunios que les sorprendieron en Budapest. Una vez que aterrizaron en la ciudad impronunciable parece ser que un ángel de la guarda estuvo con ellos.

Encontraron a gente simpática, flores preciosas, visitaron un zoo, fueron a una cata de vinos, probaron comidas deliciosas y no tan deliciosas… Recibieron charlas de emprendimiento, debatieron sobre el desempleo juvenil y las migraciones, pero entre tema y tema, excursión y excursión hubo tiempo para mucho. Intercambiaron anécdotas y leyendas del país de unos y de otros.

Un día -mejor no preguntar por qué- una chica serbia les dijo que «chocho con baba» en serbio significa tatarabuela. Una de las trotamundos, cuyo nombre no mencionamos para no hacerle pasar más rubor del que aquel día ya pasó, quiso hacerse la graciosa diciéndole a un serbio-hungaro «chochoconbaba». El chico la miró y se rió, le pidió que lo repitiese y ella gustosamente dijo «chochoconbaba», bien alto y claro. El joven, por fin confesó que aquel vocablo en húngaro significaba «kiss me, baby» (bésame, bebé).

Pueden imaginar la cara de ella, era lo más parecido a un tomate cherry.
El tiempo pasó y llegó la hora de las despedidas. Parece ser que se habían encariñado los unos con los otros. ¿Cómo se abraza por última vez a personas con las que has reído, confiado y hasta hablado de tus miedos e inseguridades? Esta fue la pregunta que más de uno se hizo.Una vez más fueron valientes y, entre lágrimas y abrazos, se despidieron recordando que siempre quedarán las postales que viajan de allá para acá.

Noelia Ruiz
Participante del intercambio juvenil «Youth across the borders», Nyíregyháza (Hungría).