No esperábamos mucho y sin embargo allí estábamos. En una ciudad a la que a nadie se le ocurriría ir de vacaciones por sí misma y en un país como Lituania que no debe ser de los más turísticos de la Unión Europea. Sin embargo, comenzamos la aventura un 18 de agosto, sin tener ni idea de lo que nos íbamos a encontrar ni tampoco de que para la mayoría serían los días más intensos del verano de este año.
Pronto nos reunimos todos en Kaunas. Representantes de 6 países con el inglés como lengua común, aquellos días en los que nuestro cometido era precisamente derribar los mitos sobre los pueblos y la condición marginal que tiene el imaginario colectivo sobre quienes los habitan. Todos traían historias en la mochila y alguna vinculación más o menos fuerte con la vida en zonas rurales. Nos sorprendió que a pesar de ser culturalmente diferentes todos traíamos estereotipos muy similares sobre las condiciones de vida en el campo, aunque ya muchos intuíamos que la gran mayoría de ellos son erróneos y que no se tiene en cuenta el enorme potencial de los pueblos. Entendíamos que para demostrar eso estábamos allí, aunque no sabíamos muy bien cómo.
Las actividades que realizábamos día tras día nos ayudaban a entender la riqueza de las villas y pueblos y a aproximarnos más a una realidad global sobre las condiciones de vida en dichos lugares. Podemos hablar de ese cambio o evolución de nuestra percepción, pero el mayor cambio quizá se estaba dando en nosotros mismos sin que fuéramos realmente conscientes: la capacidad de amoldarnos unos a otros en una convivencia en la que las diferencias culturales de cada uno comenzaban a emborronarse para dar paso a lo que éramos en ese momento. Un grupo de jóvenes chapurreando más o menos inglés en una ciudad con alma de pueblo y con todo por descubrir. No se engañe el lector, trabajamos y participamos mucho en todas las actividades, no había tiempo para que se te pegaran las sábanas y mucho menos para aburrirse, pero sobre todo nos lo pasamos bien y nos divertimos con gente que seguramente, de estar en nuestro entorno, nunca habríamos conocido ni nos habríamos esforzado por conocer. Ya éramos todos un poco lituanos y un poco de nuestros países de origen, éramos una gran familia que fregaba sus platos, se despertaban unos a otros, salían juntos y cohabitaban en una especie de monasterio que se convirtió en nuestra casa durante 7 días. Y en menos de una semana casi habíamos olvidado que tendríamos que volver y que la vida seguiría para cada uno de nosotros de forma muy diferente.
Difícilmente esta experiencia podrá ejercer un gran cambio sobre la imagen global de los pueblos, la necesidad de cuidar y preservar su riqueza y sus recursos, la calidez y amabilidad de sus gentes que pudimos experimentar en primera persona o las posibilidades que ofrecen de cara al futuro a pesar de su cada vez más acuciante despoblación. No, un grupo de chavales no puede hacer eso. Somos conscientes de ello pero la experiencia sí que ha originado un cambio en nosotros y en nuestra percepción. Nos preguntamos ahora si nosotros no podemos ser una muestra pequeña pero ejemplificadora de lo que es posible. Nuestra experiencia de trabajo en equipo podría ser extrapolable a organizaciones y agentes de cambio social para que puedan llegar a acuerdos internacionales y a unas líneas de actuación consensuadas que contemplen la implantación de políticas de desarrollo y repoblación de las áreas no urbanas. Startups, viveros de empresas, energías renovables, diseño sostenible…son campos en pleno auge que perfectamente pueden tener su lugar de desarrollo en pueblos y zonas rurales. Combinar lo nuevo y lo viejo, lo tradicional y lo actual. Nutrirse de la experiencia y del origen de las poblaciones para dar paso a las sociedades del futuro, donde la contaminación o la masificación ya no sean problemas a batir en los que cada Gobierno debe invertir millones, precisamente para paliar los problemas que nuestro modelo actual de desarrollo ha creado.
El cambio no será fácil ni podremos ver los resultados en poco tiempo, pero por algún sitio hay que empezar y después de la convivencia en Kaunas esa es la conclusión más definitiva que sacamos. El trabajo en equipo y el esfuerzo tienen su recompensa, dan lugar a ideas que pueden cambiar el futuro, ¿No podrían aplicar esto los países de la UE? Si nuestro trabajo de esos días sirve para que se encuentren soluciones, esperamos que quienes tienen los medios para ponerlas en marcha lo hagan. Mientras tanto, nosotros estaremos esperando para verlas, para leerlas en las noticias y ser espectadores de cómo el cambio llega a las zonas rurales y les devuelve su valor. Sería un orgullo pensar que en un verano de 2017 nosotros quisimos aportar nuestro granito de arena debatiendo sobre la situación de los pueblos y cómo lograr su desarrollo y adaptación. Hasta que ese día llegue, nos llevamos los amigos y el recuerdo de una convivencia en Kaunas en la que fue mucho más lo que nos unió que lo que nos diferenciaba.
Elena, Pablo, Daniel e Ismael
Participantes de Village Myht Busters