«Creíamos que íbamos a Rumanía, pero lo cierto es que acabamos en un rincón húngaro dentro del país, muy cerca de Brasov y de Bran, donde se ubica el famoso castillo de Vlad Tepes, que inspiró al conde Drácula. Estábamos en Transilvania porque íbamos a participar en el proyecto «Rural Nee(d)T» entre el 22 y el 30 de septiembre, en Sfântu Gheorghe.
Al llegar, nos sorprendió descubrir que era más fácil comunicarse en húngaro que en rumano, aun a pesar de que la lengua materna de una de las participantes españolas es el rumano. Para entender por qué nos encontramos en un enclave que poco tenía que ver con Rumanía, vamos a acudir a Robert D. Kaplan, un referente de la literatura de viajes que en su libro ‘Rumbo a Tartaria’ explica de manera muy acertada cómo es la Rumanía que va encontrando a su paso y cómo se ha conformado:
“Transilvania (Ardeal en rumano, Erdely en húngaro y, de acuerdo con su nombre, “país situado más allá del bosque”) es una región multiétnica por la que lucharon durante siglos rumanos y húngaros”.
Las provincias de Moldavia y Valaquia, anteriormente turcas, pasaron a conformar Rumanía en 1859. Concretamente Valaquia (“el país de los Vlachs”), se llama así porque a los rumanos sus vecinos solían llamarlos “vlachs” hasta el siglo XIX.
Con este viajero también hemos entendido por qué no conseguimos aclararnos con los nombres de los pueblos y de la región:
“Muchas ciudades y pueblos de Transilvania han sido conocidos tradicionalmente con tres nombres -el rumano, el húngaro y el alemán-, por la mezcla étnica que se ha dado a lo largo de la historia entre las personas que habitan la región.»
Dentro de Transilvania, nosotros estuvimos la mayor parte del tiempo en la región de Covasna. Para hacernos una idea, en esta región, los rumanos son minoría: Casi el 75% de la población de Covasna es húngara.
Allí compartimos proyecto con varios grupos, procedentes de Grecia, Italia, Eslovaquia, Francia, Lituania, Turquía… Como ya imaginaréis, no había rumanos: el grupo local estaba formado por los voluntarios de la asociación que organizaba el proyecto.
Empezamos las actividades con ciertas dudas sobre la seriedad del proyecto: arrancamos dibujando un granjero, lo cual fue un buen comienzo. El nuestro, en concreto, era especialmente atractivo: un hombre fornido con barba de tres días que masticaba hinojo. Al principio nos pareció una broma, una forma de abrir la mente, pero a lo largo del proyecto fuimos encontrando sentido a una actividad que se prolongó durante toda la semana: en cada parte del cuerpo del granjero, cada día anotábamos lo que habíamos aprendido con el resto de actividades. Y sí, aprendimos muchas cosas, especialmente sobre la situación de los jóvenes que no estudian ni trabajan en el entorno rural rumano.
Las actividades fueron variadas, unas más creativas que otras; unas más útiles que otras. Durante nuestros días en Sfântu Gheorghe visitamos varios proyectos, tanto en la ciudad como en pueblos cercanos, que trabajan para combatir el desempleo juvenil. Después de hacer migas con los otros participantes y tras exponer el tema, objetivos y expectativas del proyecto, buscamos información sobre las situaciones concretas de los NEET en nuestros países.
Así, día tras día nos levantamos y nos conjugamos en las diferentes actividades, poniendo nuestra mejor cara y disfrutando de las breves, pero necesarias, pausas para el café. Reflexionamos ampliamente sobre causas, consecuencias, responsabilidades, estereotipos y soluciones a los problemas sociales que desgastan nuestros países poco a poco. Compartimos historias, anécdotas y experiencias personales.
Dedicamos un día entero a visitar instituciones y organizaciones , así como zonas profundamente rurales en las que los locales nos expusieron los problemas de vivir en áreas céntricas incomunicadas, sus perspectivas sobre la situación actual y sus desafíos diarios. También allí vimos burros expectante ante nuestra presencia.
Dedicamos nuestra tarde libre a visitar el castillo de Bran que, aunque no fue la verdadera morada de Vlad Tepes, al menos le perteneció durante un tiempo y es famoso por ello. Compartimos muchas cosas con los participantes del proyecto: desde charlas serias sobre la dirección general de la Unión Europea y la visión crítica a la gestión de los problemas o la insuficiencia de las medidas adoptadas hacia ellos hasta compartir intereses, gustos y ocio. Hubo también lugar para el humor y todos pudimos disfrutar de un participante que, en calzoncillos y con bigote postizo, nos deleitó fingiendo el acento de Borat un personaje muy bien traído que, aunque no parezca cierto, protagonizó una de las actividades del proyecto.»
Yago, Andrea y Virginia
Participantes del Proyecto «Rural Nee(d)T»